¿Cuántos recursos quiero invertir en mi bienestar emocional?

 

Si sientes que ir al psicólogo no te está sirviendo, o que se queda en una reflexión que no tiene repercusiones prácticas en tu vida, primero debes revisar nuevamente con el psicólogo las expectativas, la forma de trabajo y los objetivos que se acordaron inicialmente.

 

La ayuda psicológica está en el difuso terreno donde se entremezclan las relaciones humanas auténticas, y las relaciones mediadas por el dinero. Es ante todo un encuentro humano, pero es al mismo tiempo un servicio profesional que conlleva una retribución económica. La persona que consulta a un psicólogo hace una evaluación más o menos consciente de cuántos recursos –tiempo, esfuerzo, dinero– está dispuesta a invertir en su bienestar emocional o en el de su familia.

Intentaré dar algunas claves para responder tres preguntas que surgen habitualmente entre las personas que buscan o que están recibiendo ayuda psicológica.

  • ¿Cómo elijo al psicólogo adecuado para mí o para mi familia?

Hoy en día, la gran oferta de psicólogos abruma a las personas. La elección contempla diversas variables: edad, sexo, precio, distancia y formación. Hay distintas corrientes teóricas y estrategias de intervención, pero esto generalmente lo entienden sólo los mismos psicólogos. Por esto, sugiero que en la medida de lo posible, pidamos recomendaciones de buenos psicólogos a personas que nos conozcan bien. Las personas que han tenido buenas experiencias con sus psicólogos pueden entregar información de primera mano sobre su estilo y forma de trabajo. Por otro lado, es conveniente preguntarse si uno cree que va a estar más cómodo con un hombre o una mujer. Por último, uno debe procurar que el proceso de ayuda sea sostenible en el tiempo, preguntándose si está dispuesto a recorrer la distancia y a destinar el dinero necesario para poder seguir adelante con el tratamiento hasta que se logren los objetivos propuestos.

  • ¿Qué hago si no estoy viendo los resultados que buscaba?

Este es un punto controvertido. “¡Yo vine para sentirme mejor y salgo hecho pedazos!” La frustración al sentir que uno empeora o que uno sale triste o enojado de la consulta, puede hacer que la persona caiga en el desánimo respecto a la terapia. Si sientes que ir al psicólogo no te está sirviendo, o que se queda en una reflexión que no tiene repercusiones prácticas en tu vida, primero debes revisar nuevamente con el psicólogo las expectativas, la forma de trabajo y los objetivos que se acordaron inicialmente. Sin embargo, a veces la impaciencia y el deseo de que el cambio sea visible de inmediato impide ver que los conflictos tienen raíces profundas o que se han gestado por un largo tiempo. Sería poco razonable pretender que desaparezcan por arte de magia, de la noche a la mañana. Otro comentario que uno escucha a veces es que “me hablaba de cosas que no tenían que ver con mi problema”. Puede reflejar una falta de empatía, pero sin embargo, el trabajo del psicólogo consiste en ayudar al paciente a comprender de forma más integral y más compleja su problemática. Dar vueltas sobre el mismo tema una y otra vez aburre, no permite encontrar soluciones nuevas, y nos encierra en una mirada muy estrecha. El psicólogo puede tener un rol crucial al animar e infundir esperanza cuando el paciente parece estar bajando los brazos y resignándose a que las cosas “nunca cambiarán”.

  • ¿Qué pasa si no quiero continuar el tratamiento?

Si sientes que tu psicólogo no ha sabido “leerte” o entender tus verdaderas preocupaciones, o si sientes que no hay “química”, tienes libertad de buscar a otro profesional que creas que te pueda brindar la ayuda que necesitas. Sin embargo, esta lectura puede ser un poco simplista, y cae en la lógica del consumo: “si no me gustó un producto, lo devuelvo o me cambio a otra marca”. En ese sentido, habría que preguntarse con sinceridad: ¿Hay algo que me frena para seguir avanzando en el proceso de ayuda psicológica? El deseo de abandonar la terapia también podría ser el reflejo de lo que los psicólogos han llamado “resistencia”, y que en términos cotidianos puede entenderse como el temor a seguir avanzando, poner un  “escudo” para protegerse de ciertos temas dolorosos y conflictivos. A veces el psicólogo hace preguntas incómodas, o nos invita a cuestionar ciertas ideas que considerábamos verdades absolutas. También podemos escucharnos a nosotros mismos diciendo cosas que no queríamos oír.

Si la persona decide terminar el proceso, recomiendo fuertemente que se lleve a cabo una sesión de cierre. Esto significa darse un espacio para “sacar en limpio” los avances y logros, pero al mismo tiempo establecer los temas que quedaron pendientes y que podrían trabajarse en el futuro. Podría ser una instancia para que se aclaren malos entendidos y diferencias en las expectativas y en los ritmos, y que se pueda continuar con el trabajo gracias al logro de una mejor comunicación. Libera al paciente de la culpa de sentir que le “debe” dinero o explicaciones al psicólogo, pero sobre todo, me parece que es un espacio para la gratitud entre el paciente y el terapeuta. Los psicólogos también debemos agradecerle al paciente por haber confiado y haber compartido su historia de vida con nosotros.

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