Acompañando en la transición: un mensaje a padres y madres de alumnos que ingresan a la Educación Superior*

 

*Conferencia realizada en un encuentro con padres y madres de alumnos de primer año de la educación técnico profesional, en la Semana Cero de la Sede San Bernardo de Duoc UC

La llegada exitosa de un estudiante a la Educación Superior no solamente es un logro individual, sino que es la suma de una historia de esfuerzo de muchas personas: padres, madres, profesores, hermanos, tíos, abuelos, amigos… Nunca debemos olvidar que la familia es “la primera educadora del ser humano”, y que ese rol nunca puede ser delegado del todo en instituciones.

 

Primero que todo, ¡muy bienvenidos y muchas gracias por estar acá! A todos los padres y madres de estudiantes de inicio de Duoc UC, quisiera felicitarlos por este logro… ¿Y por qué felicitarlos, si no son ustedes quienes entran a estudiar? … Porque sin duda, la llegada exitosa de un estudiante a la Educación Superior no solamente es un logro individual, sino que es la suma de una historia de esfuerzo de muchas personas: padres, madres, profesores, hermanos, tíos, abuelos, amigos… Nunca debemos olvidar que la familia es “la primera educadora del ser humano”, y que ese rol –si bien es complementado con instancias de educación formal e informal–, nunca puede ser delegado del todo en instituciones. La familia, como cuna de amor y modelo de vida virtuosa, es el “nido” donde el niño y luego el adolescente obtiene la firma convicción de que “su vida vale la pena”, que “es bueno que él exista”, lo que sirve de motor para descubrir y lograr su proyecto de vida.

Siempre vemos fotos de “momentos hito” en que los papás están acompañando a sus hijos: el primer día de clases, las graduaciones de enseñanza básica y media… la matrícula en la Educación Superior, y por último, en la titulación… Pero… ¿están solo para la foto? ¿Acompañan solo en el inicio y en el final? ¡Por supuesto que no! Están al pie del cañón durante todo el proceso, siendo parte fundamental de los logros educacionales de sus hijos. Hoy en día, la investigación en psicología y en educación, nos muestra que la participación y acompañamiento de los padres en el proceso formativo es fundamental: el conocimiento profundo de “quién es nuestro hijo” –cuáles son sus habilidades y talentos, pero también cuáles son sus aspectos débiles a reforzar–, y la mirada amorosa y educadora, va ayudando al joven en todo el camino, manteniendo la motivación, valorando el esfuerzo y la perseverancia, sobreponiéndose a las dificultades y a las frustraciones, y descubriendo, poco a poco, las semillas de su proyecto de vida.

Los padres y madres llevan a cabo miles de acciones –desde la generosidad y la gratuidad–, que los hijos, -a veces en nuestra ingenuidad y ceguera- ni siquiera apreciamos. El orden de la casa, la comida, los regaloneos, el esfuerzo económico que hay detrás, son cosas que también nos permiten seguir adelante y llegar a este gran momento. Ustedes son parte de este logro, ¡pero les pido que no abdiquen todavía! ¡No abandonen este barco! Sus hijos no han llegado solos hasta acá, y a pesar de que han crecido en autonomía y libertad, tampoco podrán seguir completamente solos el camino que tienen por delante. La titulación será un logro personal de ellos, pero también un orgullo familiar, así como los logros y beneficios que saldrán de ello.

Les pido que en esta charla no esperen “recetas de cocina”, o instrucciones que se apliquen de manera universal. ¡Cada hijo es distinto! Y por eso, estas líneas generales deben resonar en ustedes, para tomar con prudencia aquello que sea útil.

De la adolescencia a la adultez: una transición que implica crecer en independencia y responsabilidad

Desde el punto de vista de la psicología del desarrollo, entenderemos que los alumnos de inicio están en un periodo de transición, dejando atrás la adolescencia y entrando a la adultez. Sin embargo, recordemos también que hoy la adolescencia se ha prolongado, ya que los compromisos definitivos: elegir una carrera, elegir una pareja estable, comprometerse con un trabajo, se han postergado… Hoy en día hay una infinidad de posibilidades, y la exploración es bien vista. Incluso, hace varios años se habla de la “adultez emergente”, para mostrar que este paso es cada vez más gradual, lo que a los ojos de los adultos a veces se ve como falta de compromiso, desinterés e indolencia.

A nivel intelectual o cognitivo, estos “adolescentes tardíos” o “adultos emergentes”, se caracterizan por el desarrollo del pensamiento abstracto y reflexivo, la capacidad de pensar a largo plazo, planificar la acción orientada a metas, y postergar la satisfacción inmediata en pos de un objetivo. Han incorporado valores como la justicia, el esfuerzo, y logran empatizar con las demás personas. La moral ya no solo se basa en el premio y en el castigo, sino que son capaces de mirar a su alrededor: tener conciencia de que pertenezco a una sociedad, que soy un ciudadano, que hay problemas sociales y culturales amplios, y que mis acciones impactan a los demás.

Sin embargo, hoy la cultura se ha vuelto más individualista, y a veces hay un efectivo temor al compromiso definitivo, ya que eso implica comprometer y donar mi libertad. En un proyecto de familia por ejemplo… Por otro lado, los avances vertiginosos de la tecnología han cambiado nuestra forma de comunicarnos y de acceder a la información, a veces volviéndonos demasiado inmediatistas! Nos cuesta tener paciencia, queremos resultados inmediatos…

La gran tarea de la etapa de la adolescencia es la formación de la identidad y la elección de un proyecto de vida sólido y con sentido. El adolescente debe ser capaz de responder dos preguntas principales y muy sencillas: ¿Quién soy? y ¿A dónde voy? Si el joven no ha logrado responder estas preguntas fundamentales, probablemente andará durante un buen rato de forma errática y desorientada, probando miles de opciones, sin que ninguna lo deje satisfecho. ¿Esto significa tener un plan con fechas y metas exactas a cumplir? Por supuesto que no, ya que como ustedes sabrán, la vida tiene un serie de imponderables y sorpresas, pero sí, el joven debe tener una personalidad más o menos formada, con un conjunto de valores sólidos, un cierto estilo o forma de ser, y sobre todo, lo que nos interesa desde el punto de vista educativo, un conocimiento de sus habilidades, intereses, motivaciones y talentos. Esto no se descubre de la noche a la mañana, sino que es fruto de todo el proceso vivido en la niñez y pubertad.

En el ingreso a la educación superior, diremos que el estudiante está viviendo un proceso de transición o de adaptación. ¿A qué se tienen que adaptar?

  • A mayores niveles de autonomía: en el colegio, es todo más controlado, el libro de clases, la asistencia, la entrega de notas a los padres, la firma de comunicaciones…
  • Se espera que puedan gestionar más sus propios recursos: manejar y organizar sus tiempos, averiguar las cosas, pedir ayuda, etc.
  • Estar más desafiados intelectualmente por las materias de su especialidad, con una mayor exigencia de pensamiento abstracto, resolución de problemas, creatividad, y aprender acerca de su forma de aprender.
  • Adaptarse a un nuevo círculo social: nuevas amistades, trabajos en grupo, una relación diferente con los profesores.
  • Se espera de ellos una mayor autorregulación, que no haya que estar controlando desde fuera, sino que puedan ellos ir decidiendo cuándo pueden carretear, hacer deporte, descansar, teniendo tiempo para estudiar y trabajar.
  • Para algunos, también puede significar un cambio de ciudad, de casa o de entorno. Puede coincidir o no con cambios a nivel familiar o de pareja: enfermedades, muertes, rupturas…
  • Sobre todo, se espera del joven una motivación más intrínseca (estudio porque me gusta, me interesa esto en sí, no por recompensas o premios externos), y un mayor nivel de decisiones personales.

Teniendo en cuenta todo esto, podemos decir que el ingreso a la educación superior también es un periodo especialmente vulnerable desde el punto de vista psicológico y emocional. A veces los jóvenes tienen muchas ganas, pero los desafíos académicos, emocionales y sociales a los que se exponen superan los recursos y estrategias que tienen para afrontarlos, cayendo en cuadros de estrés, ansiedad y depresión… Entre un 20% y un 30% de los alumnos desertan al primer año. Y sabemos que esa deserción suele ocurrir el primer semestre, e incluso el primer mes o semanas.

Desde la psicología, se ha visto que el estrés puede conducir fácilmente a la angustia y a la desesperación. La percepción de estar sobrecargado de exigencias y “presionado por todas partes” disminuye la capacidad de pensar, de planificar y organizar la acción, de establecer prioridades, y lleva a la sensación interna de “colapso” y “agobio”, y de encontrarse en un callejón sin salida.

Entre los principales factores de riesgo que aumentan la probabilidad de que un alumno deserte, se han identificado:

  • Confusión e incertidumbre vocacional: Muchos alumnos sienten que aún no descubren cuál es la carrera adecuada para ellos. Los alumnos manifiestan la sensación de que “no calzan”, de que “no sirven para esto”, o se lamentan porque realmente no pueden identificar qué les gusta. Algunos tienen intereses muy diversos y variados, y les cuesta renunciar a algunos de ellos para enfocarse más en otros. Otros nunca han sido constantes en ninguna actividad o área del conocimiento, por lo que no han podido desarrollar el gusto por nada. Otros reconocen que su decisión de entrar a la carrera fue poco pensada e impulsiva. Esto puede ir configurando un camino académico sin dirección clara, en que el alumno se va convenciendo de que “no sirve para estudiar”.
  • Historial académico pobre: Algunos alumnos llegan con una “mochila” de sucesivos fracasos académicos –repitencias, expulsiones, percepción de “no haber aprendido nada”–. Muchos se lamentan de la ausencia total de hábitos de estudio y estrategias de organización, afirmando que “en el colegio nunca abrí un cuaderno”, lo que les pasa la cuenta con el aumento considerable de la exigencia. Tienen una baja autoestima, son inseguros respecto a sus competencias profesionales y temen al futuro laboral.
  • Problema con la perseverancia: Hoy nuestra cultura está traspasada por la lógica de la inmediatez y la “cultura de los desechable”. Si no conseguimos las cosas de inmediato, nos enrabiamos y frustramos. Muchos de nuestros alumnos huyen del esfuerzo, y no están dispuesto a comprender que estudiar una carrera requiere trabajo y dedicación constante. Dicen que todo “les da lata”, que se aburren fácilmente y que necesitan un “motor externo” que los “controle” y empuje para ir avanzando en su camino.
  • Trastornos del ánimo y sintomatología depresiva: El aumento de la depresión es un problema preocupante de nivel de salud mental. Una gran proporción de los alumnos que consultan padecen trastornos de ánimo, que se caracterizan por un ánimo bajo (o por oscilaciones en el ánimo), la falta de motivación, el cansancio y falta de energía, la dificultad para levantarse, estar “sin ganas de hacer nada” y dejar de disfrutar con las cosas que antes disfrutaban. Se acompaña de trastornos del sueño (insomnio, sueño poco reparador, somnolencia), alteraciones del apetito, irritabilidad, sentimientos de inferioridad y de culpa, y falta de esperanza en un futuro mejor.
  • Falta de apoyo familiar: Los jóvenes son fuertemente influenciados por el ambiente que se vive dentro de su familia. Algunos viven en familias con ambientes tensos o caóticos, o donde se viven altos niveles de violencia o agresión. Los comentarios críticos y devaluadores son obstáculos para el joven que está batallando con las dificultades propias del estudio y de la búsqueda de la identidad. La falta de apoyo, la convivencia tóxica, y el abandono emocional, llenan de tristeza, rabia e impotencia.
  • Relaciones sociales pobres e insatisfactorias: Una dimensión central de la experiencia formativa en la educación superior es la capacidad del estudiante de relacionarse con los demás satisfactoriamente: hacer amigos, participar en actividades recreativas y deportivas, formar parte de grupos de estudio y equipos de trabajo, entre otros. Muchos estudiantes no logran establecer vínculos cercanos con sus pares por la desconfianza, timidez, vergüenza, y sensación “de no encajar”.
  • Inestabilidad emocional: La falta de madurez en el desarrollo emocional genera una dificultad para “ponerle nombre” a los sentimientos y emociones. Emociones como la tristeza, la rabia, la angustia, la envidia y los celos inundan a nuestros alumnos: “no sé qué me pasa”, “no sé por qué reacciono de esa manera”. A veces reconocen que tienen poca tolerancia a la frustración y se dejan abatir por distintos problemas de la vida cotidiana. La inmadurez e inestabilidad también se manifiesta en la dificultad para articular un proyecto de vida coherente que les permita hacer frente a las adversidades con resiliencia.
  • Dificultades prácticas para estudiar: Otros factores que sin duda amenazan la continuidad de los estudios son la inestabilidad o crisis económica, la dificultad para compatibilizar el trabajo con el estudio, la maternidad y embarazo, los tiempos y distancias de traslado, las enfermedades médicas del alumno o de un familiar, entre otras.

El joven oscila entre la desesperanza y la esperanza: Estoy persiguiendo un bien, que es difícil de conseguir… pero… ¿Me la puedo? ¿Es posible para mí?

Ahora, la segunda parte, y la invitación: ¿Cómo pueden acompañar los padres y madres a sus hijos en este proceso de adaptación y maduración?

Primero que todo, yo invitaría a preguntarnos: ¿Quién es mi hijo o hija? Pero no quién debería ser, o de qué debería haber sido capaz, sino quién es en verdad. A veces nos relacionamos siempre con el ideal de hijo que quisiéramos tener, y no con el hijo o hija tal cual es. En esto, no busquemos culpables, sino responsables, y reconozcamos que hay ciertas cosas que nuestros hijos no han podido desarrollar no por exclusiva responsabilidad de ellos, sino por falta de oportunidades de desarrollarlo.

Segundo, respetemos sus espacios de libertad y autonomía, pero ¡no abdiquen por favor de su rol de padres! Esta independencia nunca es total y absoluta, sino que es relativa… En nuestro país, un pilar fundamental es la familia, y los padres están siempre! Y ustedes, que son padres, son también hijos… Los padres y madres deben tener autoridad hacia sus hijos –no autoritarismo–, para que desde la ternura y la búsqueda profunda del bien de sus hijos, puedan seguir aconsejándolos, orientándolos, apoyándolos, y guiándolos en este camino que están explorando.

Recomendaciones y sugerencias:

  • Estar atentos a alertas o “banderas rojas”: No es necesario que el hijo lo diga explícitamente, sino que a veces se ve por sus signos… Decaimiento, desmotivación, cambios abruptos de ánimo… Si bien uno a veces dice “tiempo al tiempo”, también por otro lado tenemos el refrán “no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”. A veces por esperar demasiado, una condición se agudiza y empeora, volviéndose más difícil de abordar.
  • Interesarse en lo que está estudiando el hijo, para potenciarlo, ayudarlo a mantener la motivación y animarlo en tiempos difíciles. Interesarse no es lo mismo que “estar encima”, entrometerse, controlar y fiscalizar. Y sobre todo, es muy doloroso para un hijo que sus padres siempre estén echándole para abajo y aportillando sus sueños y proyectos…
  • Ayudarlos a transitar desde la desesperanza a la esperanza, desde la falta de tolerancia a la frustración a la comprensión de que la Perseverancia, Paciencia y Constancia (tríada del éxito), son fundamentales para lograr las cosas importantes de la vida.

Los hijos son como los árboles, tienen sus ritmos de crecimiento, pero también necesitan luz, agua y una buena tierra para crecer. Necesitan protección del viento, de los depredadores y de la sequía. Necesitan una poda o abono de vez en cuando. Seamos la luz, el agua, la poda y el abono, para que puedan florecer y llegar a ser la mejor versión de sí mismos.

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